En Jesús se cumplen todas las promesas de Dios. Las palabras de Isaías en la primera lectura nos lo dicen: "El pueblo que habitaba en las tinieblas vio surgir una luz brillante". El gozo se multiplicó y la alegría aumentó. La razón de la alegría del pueblo es sencilla: se rompió el yugo que los oprimía. Experimentar la libertad es algo maravilloso, y se puede gozar de muchas formas: desde una enfermedad, a quedar sano; de estar encarcelado, y ser puesto en libertad; de relaciones no buenas, a romper con ellas. En fin, existen muchos ejemplos. Pero hay uno que debemos seguir muy de cerca: “La gente que vivía en la oscuridad ha visto una luz muy grande; una luz que ha brillado para los que viven en lugares de sombras de muerte” (Mateo 4:16).
¿En nuestra vida, cuáles son los lugares de sombra y de muerte? ¿Dónde debe entrar la luz que ilumine nuestra existencia? La conversión del corazón debe ser la guía que oriente el timón de nuestra vida. San Pablo nos indica una de tantas direcciones: que no haya divisiones entre nosotros, sino, por el contrario, que exista concordia entre las familias y la comunidad. Claramente nos recuerda que pertenecemos a Cristo. La clave está en saber vivir de acuerdo con el Evangelio. El Papa León XIV nos ofrece pautas seguras para llegar a Cristo: “Ayúdense los unos a los otros a construir puentes con el diálogo, con el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo, siempre en paz”. “La humanidad necesita de Él como puente para ser alcanzada por Dios, por su amor”. ©LPi
Notas de Misa
General