El Espíritu de Dios vive en nosotros. La dignidad humana radica en esto: en que somos templo vivo del Espíritu Santo. Este es el gran regalo de Dios a nosotros, otorgado por la gracia. El apóstol san Pablo nos ofrece una poderosa reflexión al respecto: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. El templo de Dios es sagrado, y ese templo son ustedes” (1 Corintios 3:16–17). Saber esto conlleva una gran responsabilidad para cada uno de nosotros. ¿Cómo cuido el templo de Dios que es mi cuerpo? ¿Qué tipo de cimientos sostienen su construcción diaria? Recuerda que su principal función es demostrar que allí habita el Dios vivo.
El pasaje del Evangelio nos presenta otra imagen de la hermosura y santidad del templo: “Jesús purifica el templo, y lo hace con el látigo en la mano. Se pone a expulsar las actitudes paganas, en este caso, de los mercaderes que vendían y habían transformado el templo en pequeños negocios. Jesús purifica el templo reprendiendo: ‘Está escrito: mi casa será casa de oración, no de otra cosa’. El templo es un lugar sagrado. Y nosotros debemos entrar allí, en la sacralidad que nos lleva a la adoración. No hay otra cosa. Hay dos templos: el templo material, lugar de adoración, y el templo espiritual dentro de mí, donde mora el Espíritu Santo” (Papa Francisco). ©LPi
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